La peor prueba que se nos puede presentar en la vida sería ver sufrir a un hijo,
encontrar tristeza en su inocente mirada,
por una enfermedad o por algo que le pueda inquietar.
Te das cuenta a lo largo de los años que ya no necesitas nada,
mueres por dentro solo de imaginarlo.
Amanece un día y te hacen replantearte la vida...
pasas horas sin saber que hacer,
mis entrañas entregaría al cielo, para que nunca jamás...
Vida haz de mi lo que quieras, pero no me desgarres el alma,
rezaré sin consuelo a partir de ahora para que te protejan los que se fueron sin avisar.
Entregaré mi vida entera por ti, para siempre, mi tesoro.
Esa sonrisa abierta y espontánea no la pierdas jamás y no olvides que siempre estaré aquí, incondicionalmente para TI.
El amor hacia esas miradas inocentes no tiene precio, ni medidas, ni tiempos, ni condiciones, no se puede redactar en ningún contrato, ni acordar en sentencias, no hay acuerdos, ni nada que se pueda comprar con lo mas valioso que pudieramos conseguir a lo largo de toda una vida, no existe nada mas intenso que el amor que unos padres pueden sentir por sus hijos.
(Al menos es como así lo siento yo y que Dios los bendiga para siempre).
No hay comentarios:
Publicar un comentario