BRILLANTE MIRADA.

Me llamó la atención los ojos de aquella anciana, tenían un brillo maravilloso, aunque rodeados de una frágil y arrugada piel por el paso de los años, su voz era grave pero su aspecto dulce. Estaba sentada en aquella hamaca de madera mientras canturreaba una canción, vestía con colores alegres y calzaba unas sandalias plateadas indias llena de espejitos. Tenía dibujada en su cara una sonrisa angelical y la luz que irradiaba parecía iluminar todo lo que había a su alrededor. Se acercó a ella un perro de color canela, lo acariciaba con mucho cariño mientras le decía: ¡Canelita pero que loco eres! mientras canelita no dejaba de mover su rabo.

Aquella anciana había aprendido a vivir con poco, llegó a la conclusión que había que simplificar lo complicado, apartó todo lo que no le hacía bien en su vida, intentó rodearse de cosas sencillas que aparentemente no tenían ningún valor, buscó toda su vida miradas puras que no olvidaría jamás, observaba la majestuosidad del día cada amanecer y daba gracias. No necesitaba grandes cosas para sentirse importante, escuchó toda su vida historias sobre los demás, entendió que la vida es un paseo casual, que cada día abría con su amanecer y que las puestas de sol abrían las puertas de aquellas noches que aprovechaba para llenar su alma de espiritualidad mientras hablaba de sus sueños con la luna.

Aprendió tantas cosas... que casi no sabía donde guardarlas, pero también aprendió, que aunque ella no hubiera sido lo suficientemente importante para nadie en el transcurso de su vida, aquellas noches de charla con la luna la habían ayudado a vivir con ilusión. Y la ilusión... es lo que se podía ver en aquella brillante mirada. Igual, el brillo de su amiga la luna se instaló para siempre en los ojos de aquella entrañable anciana.

Angelines, G.L.